miércoles, 16 de enero de 2013

Para leer en la Owen... algo de dos de tres



Tres noveletas de amor imposible

Severino Salazar

La arquera loca
Atrás de ellos queda su mansión de piedra, maciza y segura, en la capital de la Nueva España; enfrente de ellos están ahora las naciones del norte, sin fronteras ni en la tierra ni en la mente de sus habitantes. Han llegado al país de la incertidumbre y de las posibilidades –buenas o malas–, en el mundo nuevo que ellos vienen a fundar, o en el mundo nuevo que los va a fundar a ellos. Pero eso no lo saben. Se encuentran ya en los reinos de llanuras sin fin, canchas sin fin, estadios infinitos, ya que se dice que los naturales de estos países tienen como principal diversión jugar a la pelota, pero sus espacios de juego no tienen fronteras, líneas divisorias, así como no tienen reglas, por lo tanto sus juegos se vuelven muchas veces también infinitos, se pueden ir jugando por los valles, montañas y desiertos, por leguas y leguas, atravesando naciones, hasta que se pierden o hasta que caen muertos.
El licenciado don Gonzalo de las Casas, escribano de S.M. y en comisión del Virrey de la Nueva España, es el distinguido visitante que acompaña a los Berumen. Hace el viaje como parte de su oficio y con tres propósitos: primero, quiere descansar los últimos días del invierno y esperar la primavera
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“Cuando ya había dejado de sangrar y se había repuesto, me habló por muchas horas sin parar sobre los hombres con los que vivía. Lo escuché sorprendido por la forma en que los conoce y lo de cuerdo que está con su forma de vida. Me dijo: Hombres sin límites habitan estos desiertos, estas praderas, estos interminables plantíos de cactos, sin límites tampoco. No hay límites ni entre los hombres ni su paisaje. Por lo tanto, creo que no tienen Dios como nosotros. Su mente primitiva tiene una idea más grande. Es incomprensible para nosotros, la idea de Él se diluye en la inmensidad de su interior y de su exterior. Ellos mismos se creen diluidos en el Universo. Sólo logran captar regiones aisladas de Él, y de vez en cuando, en la punta de una lanza, al abrir una tuna, al temer y admirar un tigre, en el vuelo del águila a la puesta del sol. No tienen chozas o casas, porque una choza o una casa implica una frontera del cuerpo. Como ya dije, su habitación está en el inmenso desierto y en las interminables montañas, cuyos límites nadie conoce. Con la fermentación de ciertos cactos hacen bebidas y ungüentos, o aspiran el humo de otras yerbas y por esos medios borran las fronteras de sus mentes, y en pensamientos y sensaciones extrañas se pierden; como en sueños se diluyen por grandes espacios de tiempo en el Universo. Esa embriaguez, ese delirio, esos sueños provocados les borran aunque sea momentáneamente las únicas dos fronteras que conocen, que no han podido borrar, eludir; a saber: el nacimiento y la muerte. Yo concluyo que su mente está vacía como el desierto y el cielo que lo cubre, porque un pensamiento implica una frontera hecha con palabras o con imágenes o con ideas. Sus lenguajes son simples, sólo mientan las pocas cosas que conocen y no han de ser más de cien. No han creado un idioma; como si no tuvieran qué decirse, o como si el habla fuera innecesaria ya que se leen el pensamiento o se comunican con los ojos o los movimientos de su cuerpo. Pelean porque le temen a la esclavitud. Que vendría a ser la frontera definitiva, absoluta. La idea de Dios que les quieren dar los misioneros les causa pavor. Todos los hombres que viven en el Mineral de Nuestra Señora de los Zacatecas, ellos piensan, viven esclavizados, son infinidad de cadenas invisibles las que los tienen atados a esos cerros: están encadenados a los minerales que sacan, a las casas que construyen, al Dios que se encomiendan, a las costumbres que practican. Le tienen pavor a la ciudad; ciudad jaula, llena de jaulas: las casas, los edificios, con jaulas adentro: los mismos hombres. O sea jaulas dentro de jaulas, dentro de más jaulas. Y lo peor, jaulas invisibles, sin salida. Por eso, cuando por azar miran a lo lejos la ciudad, lloran y gritan, aúllan por sus congéneres que han caído en las trampas de esa ciudad: que fueron bautizados, que están aprendiendo la lengua de los blancos, que están metiendo sus ideas del mundo en la jaula de la nueva lengua, que viven ya en casas, que trabajan en las minas, que duermen de noche, que descansan sólo un día de la semana. Por eso atacan, destruyen, causan muerte: porque quieren liberar y ser liberados, porque no quieren que sus desiertos sin fronteras se llenen de jaulas con fronteras. Los blancos son como una pústula que le he caído a estas tierras. Y por eso los matan, para meterlos al reino que no tiene fronteras. No guardan ni acumulan nada, ninguna sabiduría siquiera; sólo de las plantas que los alimentan y de las que los curan, conocen sus nombres y propiedades. No tienen horarios. Medir el tiempo les da pavor; así, la muerte sobreviene en un momento indefinido, nunca esperado, identificado ni temido. Sucede y ya. Comen cuando tienen hambre o cuando hay que comer. Duermen cuando tienen sueño, y trabajan o comen cuando se tiene que hacer, de día o de noche. No han dividido el tiempo ni lo saben contar o medir. A la noche no le sigue el día, ni a la mañana la tarde; el sol es sólo una intermitencia que prende y se apaga. No existe el parentesco: los hombres, las mujeres y los niños son de todos. Un hombre puede acostarse con su abuela, su hija o una desconocida, pues todas están en la categoría de ésta última. Por esas y muchas razones más, me dijo mi hermano, era su voluntad y deseo permanecer con ellos para siempre. Porque había que quitarle al mundo las fronteras. O a menos de que ahora yo lo entregara al ejército –que me aguardaba unas cuantas leguas río arriba– o le atravesara de lado a lado con mi lanza. Lloré por él y por mí, y al final me dijo, ya para despedirme y dejarlo ahí:
“—Por lo tanto, no están encerrados en casas, ciudades, religiones, tiempo y espacio.
“—Se han arrancado el alma del cuerpo entonces –le repliqué.
“—Sí, lo que tú crees que es el alma.
“—La patria del hombre tiene sus fronteras. Esa patria está donde él ha puesto sus fronteras.
“—De ése que tú hablas es el que prefiere la cárcel de la casa, del convento, del monasterio o de la ciudad.
“—Donde las almas semejantes se buscan y se encuentran.
“—No, porque hay esclavos. No se pueden encontrar si hay esclavos. En el momento que un indio debe obedecerme, construir por mí, cavar por mí, ararme la tierra, cuidar mi ganado y hasta morir por mí, pierdo a dios. He salido a buscar a Dios porque lo hemos perdido.
 
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Ya en la noche, entran al salón acompañados de don Gonzalo de las Casas, quien lo presenta con todos los comensales que se encuentran sentados en dos largas mesas. El matrimonio Berumen se siente más honrado que nunca por estar acompañados de don Gonzalo, un personaje tan conocido y estimado.
—Eran textos profanos –dice uno de los inquisidores después de la cena, cuando se le interroga por el contenido y naturaleza de los libros quemados–. Y la grey de Dios no debe tenerlos en sus casas y menos difundirlos y leerlos.
—¿Es que son malos, su señoría? –le pregunta el dueño de la venta, quien siempre acompaña a sus huéspedes en la mesa de la noche, y no se retira de ahí hasta que el último se va a acostar.
Es la nostalgia de las creaturas por equipararse a Dios. Y cuando un hombre se cree Dios, es peligroso. Se vuelve el Ángel Caído. Y éste se volvió novelista. Su reino es de papel y tinta, y arremeda al verdadero, al de Dios. Y ese reino hay que destruirlo.
—Yo entiendo que estar urdiendo, contando y escuchando historias es parte de la naturaleza del ser humano. Como comer, como respirar. También la falta de historias puede causar la muerte. De la misma manera que el estómago o los pulmones no pueden estar vacíos y sin trabajar, así nuestra mente no puede estar vacía y sin trabajar, su materia a procesar son las historias de la vida, las fantásticas o las reales, las propias o las ajenas. Usted dígame, su señoría, si estoy blasfemando, ¿pero son erradas mis ideas?
—Sin duda que lo son. ¿Pero de dónde las ha sacado?
—Es lo que he aprendido aquí en esta sala a lo largo de los años. Todas las mentes que aquí han pasado la noche platicando historias, me han enseñado lo que le he dicho. Son las mentes que van haciendo la historia de esta joven provincia.
—Imagínese: ni siquiera es permitido que se lea el Libro Sagrado, o que se discuta fuera de un templo…
—Entonces no nos queda más que sentarnos a platicar en noches como ésta. Platiquémonos historias que no son de papel y tinta. Lo que sí podemos hacer, ya que no es ilícito, es guardarlas aquí –el ventero señala con un dedo su cabeza de pelo entrecano y muy despeinado–, llevarlas de contrabando en la mente, contarlas, recitarlas de memoria…
—Efectivamente, contra esa forma de transportar historias no hay leyes. Ahí tiene usted algo de razón.
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—Y como el cuerpo, la mente no puede vivir mucho tiempo sin su sustento –comienza a hablar don Gonzalo–. Hay en nosotros una necesidad de escuchar y contar historias. De este entrar y salir de palabras, de que la vida entre y salga en una flota de palabras. Hay algo adentro de nosotros que no puede estarse quieto, en paz, que no debe estar desocupado, ocioso. Y este salón de esta venta a mitad del camino, a medio desierto, es un lugar para darle satisfacción a estas dos necesidades primordiales: la del cuerpo y la del alma. Tal parece que nuestro destino es estar haciendo historias para contárnoslas. A veces tenemos la impresión que sólo suceden para después narrarlas. Historias con medio, principio y fin. Así como nuestro estómago no puede permanecer vacío, si no se ulcera, así como un molino no puede estar sin nada qué moler en sus entrañas, o sin agua que sacar o cambiar de lugar, si no sus piedras se gastan, se vuelven romas, así necesitamos historias de otras vidas para alimentar la nuestra. Sólo en las redes de una historia se detiene la vida que pasa tan rápida, tan inasible. Sólo de esa forma podemos acercarnos más a sus misterios. A la mitad del desierto de nuestro cuerpo llevamos ese lugar ávido, sin fondo, que se alimenta sólo de historias.
—Y si llevamos más adelante su argumento, tal pareciera que la misión de unos es hacer con sus vidas las historias que otros como nosotros, y en esos remansos en donde nos deposita la vida de vez en cuando, disfrutamos descuartizándolas para después volverlas a su forma original, o a deformarlas y a falsificarlas para nuestra convivencia –concluye un hombre desde la mitad de la mesa.
—Así es… –dice don Gonzalo. Y bebe todo el contenido de su vaso.



La provincia de los santos
Los exégetas impugnadores decían que ese milagro no era un lugar común, sino un plagio a ojos vistas. ¿A quién no le recordaba los tres jóvenes que habían salido ilesos de los hornos de la bíblica Babilonia? Pero el enfurecido señor Obispo replicó que el suyo no era ningún lugar común, ni plagio, que eso en Teología estructuralista se llamaba intertextualidad milagrosa. Citación, si se le quería llamar de otra forma más moderna. Y para los cortos de entendimiento: lo neoclásico. Escribió una extensa y después celebradísima homilía sobre “La citación y la traslapación milagrosa”. Y con el tiempo, en la mismísima Roma, en los procesos para la beatificación de los santos, se tomaban en cuenta sus tratados como una autoridad en el tema.
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¿Entonces, qué me recomienda su excelencia?, lo interrogo. Que hagas ejercicios espirituales con todos los tuyos en tu vicaría. Eso quiere decir que debes hacer un taller de milagros. ¿Pero cómo voy a dirigir un taller, si yo mismo no sé cómo hacer milagros? Ya te dije lo de la disciplina. Ejercicios espirituales quiere decir eso: ejercitarse en la espiritualidad. Puedes empezar por entrenar a tu grey en el análisis de los milagros ya hechos, por ejemplo: los míos; sí, sí, los míos, que son tan conocidos y todo mundo habla de ellos. Luego pueden intentar hacer los suyos propios y, de entre toda la comunidad, tiene que salir uno con los años. Con uno líquido quedarás pagado. Quien quita y seas tú el elegido. Y si empiezas con los míos, les enviaré algunos predicadores que me conocen más que yo mismo, que saben mucho más sobre mis obras. También te prometo que un día no lejano llegaré hasta tu vicaría, claro que por tu comunidad correrá la cuenta del alquiler del burro blanco sobre el que llegaré montado y de uno o dos acompañantes que llegarán en pollinos negros. Confirmaré y bendeciré a tus talleristas y veré cómo van en eso de sus milagrillos, no vaya a ser que en lugar de éstos estén haciendo pecadillos. Y si estamos en gracia para entonces, haré uno de mis milagros in situ. Si tienes oídos para oír ya oíste, si tienes ojos para ver ya viste. Si de esta conversación sacas alguna buena idea, no se te olvide mencionar por ahí de dónde la sacaste. Pues luego vienen aquí, platican conmigo y ni siquiera me mencionan en sus homilías. Detesto el malagradecimiento.
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Por lo tanto, el Señor Obispo, que de tonto no tenía ni un solo pelo, se le ocurre una idea magnífica: se entrevista con el corregidor y el cabildo y les sugiere (aunque algunos especuladores afirman que les exige) que se cree un organismo provincial que apoye con limosnas la producción de milagros y que se lleve un buen control de éstos. Y al mismo tiempo, que se les estudie y que se les divulgue: Que los exégetas y los milagrosos no vivan nada más de las limosnas y las caridades que recaudan en sus capillas –cuando las tienen– sino que gocen de una mensada durante unos años para que se dediquen, sin ninguna premura, a gestar un milagro o a hacer una exégesis. (Obviamente, el Señor Obispo estaba pensando en sus amigos y en sus exégetas.) A cambio, él mismo y los beneficiados dedicarían gran parte de su tiempo libre a rezar y a rogarle a Dios por el buen funcionamiento de la provincia y de sus instituciones. También de esta forma se podría evitar que a algún milagroso descarriado se le ocurriera hacer un milagro que dejara mal parada a la autoridad civil. Esa sería una buena forma de control. Y él mismo, desde su púlpito, cada domingo, alabaría las bondades y los beneficios del liberal cabildo y de su generoso corregidor. Además de que en sus misivas al Virrey no dejaría de ponderar al gobierno y al orden del que gozaba esta provincia modelo. Y así, todos saldrían ganando.
Y así es como tiene su origen el C.P.F.M. Consejo Para Fomentar los Milagros. El aspirante a recibir los beneficios de este consejo no deberá atender ninguna parroquia, capilla o vicaría para que de esta forma dedique su alma de tiempo completo a la contemplación y a la ejecución de un milagro; para que lo planee, lo intuya, lo prediga. No se acepta a ningún aspirante o principiante de milagros. Es un reconocimiento a la santidad, a los milagros ya hechos. Tampoco es un organismo de beneficencia. Los milagrosos acabados, viejos, los que ya dieron lo que tenían que dar, que se abstengan de pedir ayuda. El proyecto se debe presentar en sagrada confesión ante el Señor Obispo. Él juzgará. El milagro debe ser original y sonar plausible, realizable. Él sabrá. La lista de beneficiados se dará a conocer durante una misa mayor en la catedral. Él la dará.
Los exégetas impugnadores y los que no alcanzaron a ser beneficiados por el consejo se desgañitan vociferando que ese consejo no es más que un apéndice de la tricolor Acción Católica Mexicana coludida con el cabildo y el Señor Obispo.

 

Salazar, Severino. Tres noveletas de amor imposible. México: UAM, 1998


 

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