Tres
noveletas de amor imposible
Severino
Salazar
La
arquera loca
Atrás de ellos queda su mansión de
piedra, maciza y segura, en la capital de la Nueva España; enfrente de ellos
están ahora las naciones del norte, sin fronteras ni en la tierra ni en la mente
de sus habitantes. Han llegado al país de la incertidumbre y de las
posibilidades –buenas o malas–, en el mundo nuevo que ellos vienen a fundar, o
en el mundo nuevo que los va a fundar a ellos. Pero eso no lo saben. Se
encuentran ya en los reinos de llanuras sin fin, canchas sin fin, estadios
infinitos, ya que se dice que los naturales de estos países tienen como
principal diversión jugar a la pelota, pero sus espacios de juego no tienen
fronteras, líneas divisorias, así como no tienen reglas, por lo tanto sus
juegos se vuelven muchas veces también infinitos, se pueden ir jugando por los
valles, montañas y desiertos, por leguas y leguas, atravesando naciones, hasta
que se pierden o hasta que caen muertos.
El licenciado don Gonzalo de las
Casas, escribano de S.M. y en comisión del Virrey de la Nueva España, es el
distinguido visitante que acompaña a los Berumen. Hace el viaje como parte de
su oficio y con tres propósitos: primero, quiere descansar los últimos días del
invierno y esperar la primavera
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“Cuando ya
había dejado de sangrar y se había repuesto, me habló por muchas horas sin
parar sobre los hombres con los que vivía. Lo escuché sorprendido por la forma
en que los conoce y lo de cuerdo que está con su forma de vida. Me dijo:
Hombres sin límites habitan estos desiertos, estas praderas, estos
interminables plantíos de cactos, sin límites tampoco. No hay límites ni entre
los hombres ni su paisaje. Por lo tanto, creo que no tienen Dios como nosotros.
Su mente primitiva tiene una idea más grande. Es incomprensible para nosotros,
la idea de Él se diluye en la inmensidad de su interior y de su exterior. Ellos
mismos se creen diluidos en el Universo. Sólo logran captar regiones aisladas
de Él, y de vez en cuando, en la punta de una lanza, al abrir una tuna, al
temer y admirar un tigre, en el vuelo del águila a la puesta del sol. No tienen
chozas o casas, porque una choza o una casa implica una frontera del cuerpo.
Como ya dije, su habitación está en el inmenso desierto y en las interminables
montañas, cuyos límites nadie conoce. Con la fermentación de ciertos cactos
hacen bebidas y ungüentos, o aspiran el humo de otras yerbas y por esos medios
borran las fronteras de sus mentes, y en pensamientos y sensaciones extrañas se
pierden; como en sueños se diluyen por grandes espacios de tiempo en el
Universo. Esa embriaguez, ese delirio, esos sueños provocados les borran aunque
sea momentáneamente las únicas dos fronteras que conocen, que no han podido
borrar, eludir; a saber: el nacimiento y la muerte. Yo concluyo que su mente
está vacía como el desierto y el cielo que lo cubre, porque un pensamiento
implica una frontera hecha con palabras o con imágenes o con ideas. Sus
lenguajes son simples, sólo mientan las pocas cosas que conocen y no han de ser
más de cien. No han creado un idioma; como si no tuvieran qué decirse, o como
si el habla fuera innecesaria ya que se leen el pensamiento o se comunican con
los ojos o los movimientos de su cuerpo. Pelean porque le temen a la
esclavitud. Que vendría a ser la frontera definitiva, absoluta. La idea de Dios
que les quieren dar los misioneros les causa pavor. Todos los hombres que viven
en el Mineral de Nuestra Señora de los Zacatecas, ellos piensan, viven
esclavizados, son infinidad de cadenas invisibles las que los tienen atados a
esos cerros: están encadenados a los minerales que sacan, a las casas que
construyen, al Dios que se encomiendan, a las costumbres que practican. Le
tienen pavor a la ciudad; ciudad jaula, llena de jaulas: las casas, los
edificios, con jaulas adentro: los mismos hombres. O sea jaulas dentro de
jaulas, dentro de más jaulas. Y lo peor, jaulas invisibles, sin salida. Por
eso, cuando por azar miran a lo lejos la ciudad, lloran y gritan, aúllan por
sus congéneres que han caído en las trampas de esa ciudad: que fueron
bautizados, que están aprendiendo la lengua de los blancos, que están metiendo
sus ideas del mundo en la jaula de la nueva lengua, que viven ya en casas, que
trabajan en las minas, que duermen de noche, que descansan sólo un día de la
semana. Por eso atacan, destruyen, causan muerte: porque quieren liberar y ser
liberados, porque no quieren que sus desiertos sin fronteras se llenen de
jaulas con fronteras. Los blancos son como una pústula que le he caído a estas
tierras. Y por eso los matan, para meterlos al reino que no tiene fronteras. No
guardan ni acumulan nada, ninguna sabiduría siquiera; sólo de las plantas que
los alimentan y de las que los curan, conocen sus nombres y propiedades. No
tienen horarios. Medir el tiempo les da pavor; así, la muerte sobreviene en un
momento indefinido, nunca esperado, identificado ni temido. Sucede y ya. Comen
cuando tienen hambre o cuando hay que comer. Duermen cuando tienen sueño, y
trabajan o comen cuando se tiene que hacer, de día o de noche. No han dividido
el tiempo ni lo saben contar o medir. A la noche no le sigue el día, ni a la
mañana la tarde; el sol es sólo una intermitencia que prende y se apaga. No
existe el parentesco: los hombres, las mujeres y los niños son de todos. Un
hombre puede acostarse con su abuela, su hija o una desconocida, pues todas
están en la categoría de ésta última. Por esas y muchas razones más, me dijo mi
hermano, era su voluntad y deseo permanecer con ellos para siempre. Porque
había que quitarle al mundo las fronteras. O a menos de que ahora yo lo
entregara al ejército –que me aguardaba unas cuantas leguas río arriba– o le
atravesara de lado a lado con mi lanza. Lloré por él y por mí, y al final me
dijo, ya para despedirme y dejarlo ahí:
“—Por lo
tanto, no están encerrados en casas, ciudades, religiones, tiempo y espacio.
“—Se han
arrancado el alma del cuerpo entonces –le repliqué.
“—Sí, lo
que tú crees que es el alma.
“—La
patria del hombre tiene sus fronteras. Esa patria está donde él ha puesto sus
fronteras.
“—De ése
que tú hablas es el que prefiere la cárcel de la casa, del convento, del
monasterio o de la ciudad.
“—Donde
las almas semejantes se buscan y se encuentran.
“—No,
porque hay esclavos. No se pueden encontrar si hay esclavos. En el momento que
un indio debe obedecerme, construir por mí, cavar por mí, ararme la tierra,
cuidar mi ganado y hasta morir por mí, pierdo a dios. He salido a buscar a Dios
porque lo hemos perdido.
********
Ya en la
noche, entran al salón acompañados de don Gonzalo de las Casas, quien lo
presenta con todos los comensales que se encuentran sentados en dos largas
mesas. El matrimonio Berumen se siente más honrado que nunca por estar
acompañados de don Gonzalo, un personaje tan conocido y estimado.
—Eran
textos profanos –dice uno de los inquisidores después de la cena, cuando se le
interroga por el contenido y naturaleza de los libros quemados–. Y la grey de
Dios no debe tenerlos en sus casas y menos difundirlos y leerlos.
—¿Es que
son malos, su señoría? –le pregunta el dueño de la venta, quien siempre
acompaña a sus huéspedes en la mesa de la noche, y no se retira de ahí hasta
que el último se va a acostar.
—Es la
nostalgia de las creaturas por equipararse a Dios. Y cuando un hombre se cree
Dios, es peligroso. Se vuelve el Ángel Caído. Y éste se volvió novelista. Su
reino es de papel y tinta, y arremeda al verdadero, al de Dios. Y ese reino hay
que destruirlo.
—Yo
entiendo que estar urdiendo, contando y escuchando historias es parte de la
naturaleza del ser humano. Como comer, como respirar. También la falta de
historias puede causar la muerte. De la misma manera que el estómago o los
pulmones no pueden estar vacíos y sin trabajar, así nuestra mente no puede
estar vacía y sin trabajar, su materia a procesar son las historias de la vida,
las fantásticas o las reales, las propias o las ajenas. Usted dígame, su
señoría, si estoy blasfemando, ¿pero son erradas mis ideas?
—Sin duda
que lo son. ¿Pero de dónde las ha sacado?
—Es lo que
he aprendido aquí en esta sala a lo largo de los años. Todas las mentes que
aquí han pasado la noche platicando historias, me han enseñado lo que le he
dicho. Son las mentes que van haciendo la historia de esta joven provincia.
—Imagínese:
ni siquiera es permitido que se lea el Libro Sagrado, o que se discuta fuera de
un templo…
—Entonces
no nos queda más que sentarnos a platicar en noches como ésta. Platiquémonos
historias que no son de papel y tinta. Lo que sí podemos hacer, ya que no es
ilícito, es guardarlas aquí –el ventero señala con un dedo su cabeza de pelo entrecano
y muy despeinado–, llevarlas de contrabando en la mente, contarlas, recitarlas
de memoria…
—Efectivamente,
contra esa forma de transportar historias no hay leyes. Ahí tiene usted algo de
razón.
********
—Y como el
cuerpo, la mente no puede vivir mucho tiempo sin su sustento –comienza a hablar
don Gonzalo–. Hay en nosotros una necesidad de escuchar y contar historias. De
este entrar y salir de palabras, de que la vida entre y salga en una flota de
palabras. Hay algo adentro de nosotros que no puede estarse quieto, en paz, que
no debe estar desocupado, ocioso. Y este salón de esta venta a mitad del
camino, a medio desierto, es un lugar para darle satisfacción a estas dos
necesidades primordiales: la del cuerpo y la del alma. Tal parece que nuestro
destino es estar haciendo historias para contárnoslas. A veces tenemos la
impresión que sólo suceden para después narrarlas. Historias con medio,
principio y fin. Así como nuestro estómago no puede permanecer vacío, si no se
ulcera, así como un molino no puede estar sin nada qué moler en sus entrañas, o
sin agua que sacar o cambiar de lugar, si no sus piedras se gastan, se vuelven
romas, así necesitamos historias de otras vidas para alimentar la nuestra. Sólo
en las redes de una historia se detiene la vida que pasa tan rápida, tan
inasible. Sólo de esa forma podemos acercarnos más a sus misterios. A la mitad
del desierto de nuestro cuerpo llevamos ese lugar ávido, sin fondo, que se
alimenta sólo de historias.
—Y si
llevamos más adelante su argumento, tal pareciera que la misión de unos es
hacer con sus vidas las historias que otros como nosotros, y en esos remansos
en donde nos deposita la vida de vez en cuando, disfrutamos descuartizándolas
para después volverlas a su forma original, o a deformarlas y a falsificarlas
para nuestra convivencia –concluye un hombre desde la mitad de la mesa.
—Así es… –dice
don Gonzalo. Y bebe todo el contenido de su vaso.
La
provincia de los santos
Los
exégetas impugnadores decían que ese milagro no era un lugar común, sino un
plagio a ojos vistas. ¿A quién no le recordaba los tres jóvenes que habían
salido ilesos de los hornos de la bíblica Babilonia? Pero el enfurecido señor
Obispo replicó que el suyo no era ningún lugar común, ni plagio, que eso en
Teología estructuralista se llamaba intertextualidad milagrosa. Citación, si se
le quería llamar de otra forma más moderna. Y para los cortos de entendimiento:
lo neoclásico. Escribió una extensa y después celebradísima homilía sobre “La
citación y la traslapación milagrosa”. Y con el tiempo, en la mismísima Roma,
en los procesos para la beatificación de los santos, se tomaban en cuenta sus
tratados como una autoridad en el tema.
********
¿Entonces,
qué me recomienda su excelencia?, lo interrogo. Que hagas ejercicios
espirituales con todos los tuyos en tu vicaría. Eso quiere decir que debes hacer
un taller de milagros. ¿Pero cómo voy a dirigir un taller, si yo mismo no sé
cómo hacer milagros? Ya te dije lo de la disciplina. Ejercicios espirituales
quiere decir eso: ejercitarse en la espiritualidad. Puedes empezar por entrenar
a tu grey en el análisis de los milagros ya hechos, por ejemplo: los míos; sí,
sí, los míos, que son tan conocidos y todo mundo habla de ellos. Luego pueden
intentar hacer los suyos propios y, de entre toda la comunidad, tiene que salir
uno con los años. Con uno líquido quedarás pagado. Quien quita y seas tú el
elegido. Y si empiezas con los míos, les enviaré algunos predicadores que me
conocen más que yo mismo, que saben mucho más sobre mis obras. También te
prometo que un día no lejano llegaré hasta tu vicaría, claro que por tu
comunidad correrá la cuenta del alquiler del burro blanco sobre el que llegaré
montado y de uno o dos acompañantes que llegarán en pollinos negros. Confirmaré
y bendeciré a tus talleristas y veré cómo van en eso de sus milagrillos, no
vaya a ser que en lugar de éstos estén haciendo pecadillos. Y si estamos en
gracia para entonces, haré uno de mis milagros in situ. Si tienes oídos para oír ya oíste, si tienes ojos para ver
ya viste. Si de esta conversación sacas alguna buena idea, no se te olvide
mencionar por ahí de dónde la sacaste. Pues luego vienen aquí, platican conmigo
y ni siquiera me mencionan en sus homilías. Detesto el malagradecimiento.
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Por lo
tanto, el Señor Obispo, que de tonto no tenía ni un solo pelo, se le ocurre una
idea magnífica: se entrevista con el corregidor y el cabildo y les sugiere
(aunque algunos especuladores afirman que les exige) que se cree un organismo
provincial que apoye con limosnas la producción de milagros y que se lleve un
buen control de éstos. Y al mismo tiempo, que se les estudie y que se les
divulgue: Que los exégetas y los milagrosos no vivan nada más de las limosnas y
las caridades que recaudan en sus capillas –cuando las tienen– sino que gocen
de una mensada durante unos años para que se dediquen, sin ninguna premura, a
gestar un milagro o a hacer una exégesis. (Obviamente, el Señor Obispo estaba
pensando en sus amigos y en sus exégetas.) A cambio, él mismo y los
beneficiados dedicarían gran parte de su tiempo libre a rezar y a rogarle a
Dios por el buen funcionamiento de la provincia y de sus instituciones. También
de esta forma se podría evitar que a algún milagroso descarriado se le
ocurriera hacer un milagro que dejara mal parada a la autoridad civil. Esa
sería una buena forma de control. Y él mismo, desde su púlpito, cada domingo,
alabaría las bondades y los beneficios del liberal cabildo y de su generoso
corregidor. Además de que en sus misivas al Virrey no dejaría de ponderar al
gobierno y al orden del que gozaba esta provincia modelo. Y así, todos saldrían
ganando.
Y así es
como tiene su origen el C.P.F.M. Consejo Para Fomentar los Milagros. El
aspirante a recibir los beneficios de este consejo no deberá atender ninguna
parroquia, capilla o vicaría para que de esta forma dedique su alma de tiempo completo
a la contemplación y a la ejecución de un milagro; para que lo planee, lo
intuya, lo prediga. No se acepta a ningún aspirante o principiante de milagros.
Es un reconocimiento a la santidad, a los milagros ya hechos. Tampoco es un
organismo de beneficencia. Los milagrosos acabados, viejos, los que ya dieron
lo que tenían que dar, que se abstengan de pedir ayuda. El proyecto se debe
presentar en sagrada confesión ante el Señor Obispo. Él juzgará. El milagro
debe ser original y sonar plausible, realizable. Él sabrá. La lista de
beneficiados se dará a conocer durante una misa mayor en la catedral. Él la
dará.
Los
exégetas impugnadores y los que no alcanzaron a ser beneficiados por el consejo
se desgañitan vociferando que ese consejo no es más que un apéndice de la
tricolor Acción Católica Mexicana coludida con el cabildo y el Señor Obispo.
Salazar, Severino. Tres noveletas de amor imposible.
México: UAM, 1998
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