miércoles, 29 de febrero de 2012

Los cuentos populares rusos en Imaginaria



El antiguo imperio de los zares era un territorio inconmensurable, extendido sobre dos continentes: Europa y Asia; en él cohabitaban numerosos grupos étnicos. Sólo esto nos da una idea de la diversidad y riqueza de los relatos que circulaban en aquel territorio. Algunos de estos relatos no dejan de resultarnos, sin embargo, familiares. Así, por ejemplo, “Vasilisa la Bella” tiene muchos puntos en común con “La Cenicienta”, y “La Zarevna Rana” con “Las tres plumas” de los hermanos Grimm. Como en otras historias del mundo, el tercer hijo, el menor, es el llamado tonto, y sin embargo, Iván (ese suele ser su nombre) demuestra finalmente ser el único capaz de vencer las pruebas a las que se ve sometido, demostrando bondad, inteligencia y valentía. Sin embargo, hay en estos cuentos elementos que los insertan en el paisaje y las —para nosotros— exóticas costumbres de la antigua Rusia. Una bruja caníbal, con una pata de hueso, que habita en lo profundo del bosque en una isba giratoria sostenida por patas de gallina, resulta de una belleza estremecedora. Lobos mágicos que ayudan al héroe, casi a la manera de un hada madrina; y hechiceros descarnados cuya inmortalidad se debe a que su cuerpo está separado del alma. Algunas de estas historias contadas por el pueblo, son reelaboraciones de antiguos poemas épicos: las bilinas, y en ellas personajes históricos de la antigua Rus cobran vestidura de héroes populares.


Grandes escritores, músicos, plásticos, intelectuales, se vieron conmovidos por estos relatos del campesino ruso: Pushkin, Tolstoi, Gorki, Bilibin, Rimski-Kórsakov, Stravinsky, Mussorgsky, Afanásiev, Propp… Su sensibilidad no les permitió permanecer indiferentes ante una literatura que, por pertenecer a los pobres, había sido negada durante siglos por los grupos intelectuales y artísticos. El interés por estos relatos estuvo estrechamente relacionado con las luchas sociales y los movimientos de emancipación que conmovieron a aquel inmenso país durante el transcurso del siglo XIX hasta desembocar en la revolución de 1917.
No han sido, ni siguen siendo frecuentes las oportunidades para los lectores argentinos de acceder a estas historias de la antigua Rusia.
En los años ’70 llegaron a Argentina unos libros muy hermosos, de tapa dura, editados en Moscú. Se trataba de los libros de Editorial Progreso: El Pájaro de Fuego, La casita bonita y Alionushka, entre otros.


Editorial Progreso también publicó en castellano Cuento del rey Saltán, de su hijo, el príncipe Guidón, glorioso paladín, y de la bella princesa Cisne, de Alexandr Pushkin con ilustraciones de Iván Bilibin.



Entre 1983 y 1984, la editorial Anaya, en España, reunió en tres volúmenes una sustancial parte de los cuentos recopilados por Afanásiev. Acompañó estos relatos con las ilustraciones de Iván Y. Bilibin y colocó como introducción en el primer tomo un texto de Vladimir Propp. Al final del último volumen —mediante un extenso apéndice— la traductora Isabel Vicente sitúa a los lectores de manera minuciosa en el contexto histórico y en la vida del autor e ilustrador de estos libros.


En 1990, la editorial española Lumen publicó Cuentos rusos en dos volúmenes de gran formato y tapa dura, con amplias ilustraciones de Iván Bilibin.


Lo cierto es que la mayoría de las ediciones de los cuentos populares rusos pueden ser recogidas aquí y allá, sólo en librerías de viejo. Verdaderos hallazgos que no debemos dejar pasar, ya que lamentablemente las ediciones actuales de estos cuentos prácticamente no existen en nuestro país.
Es por esta ausencia que hemos decidido difundir algunos cuentos populares rusos en las páginas de Imaginaria. Creemos que serán bienvenidos por aquellos lectores, niños y adultos, que están ávidos de historias y personajes de otras latitudes y otras épocas.
Baba Yaga aún está allí, en su isba de patas de gallina rodeada de calaveras; podemos recibir su ayuda para nuestra empresa, si sabemos utilizar las palabras adecuadas. Pájaros de fuego y orgullosas zarevnas, zares crueles y magnánimos, valientes bogatires y jóvenes llamados Iván que se hacen pasar por tontos para haraganear acostados en la estufa. Un universo de relatos que tomaron forma durante siglos de transmisión oral a través de los extensos paisajes de la lejana Rusia nos esperan.



Artículo completo, con notas y bibliografía en la revista Imaginaria: http://www.imaginaria.com.ar/2011/09/los-cuentos-populares-rusos-en-imaginaria/

domingo, 26 de febrero de 2012

El mayor espectáculo del mundo

El circo, August Macke (1913). Museo Thyssen BornemiszaQuienes trabajamos en una biblioteca o nos afanamos porque los servicios bibliotecarios resulten cada vez más atractivos, efectivos, útiles y reconocidos sabemos muy bien de las dificultades a las que debemos enfrentarnos día a día para llevar a buen término nuestras tareas. Somos conscientes de que formamos parte de una peculiar familia, un tanto extraña; quizá no tanto como la de aquella Maribel que retratara Miguel Mihura, pero con sus peculiaridades. Si lo pensamos bien, en el universo de la cultura sólo hay un espectáculo que en cierto modo se asemeja al de nuestra biblioteca: el circo. Salvo acaso esa trashumancia que parece inherente al espectáculo circense —y que de alguna manera reproducen los servicios de bibliotecas móviles—, nada hay más parecido a un circo que una biblioteca.

No piense nadie que escribo esto con acritud. Algo de ironía, quizá, sí; pero no pretendo ser desabrido. Al fin y al cabo, ser artista circense sea quizá uno de los sueños infantiles que todos alguna vez hemos tenido. Pero es que, además, las similitudes son tales que difícilmente podemos resistirnos a la comparación.

Al fin y al cabo, no son pocas las bibliotecas que apenas cuentan con unas instalaciones precarias, apenas ligeramente mejores que esa gran lona que cobija la ilusión del circo, con sus estrecheces, sus humedades, su frío (o su calor), su antiguado y escaso mobiliario… Es verdad que, en contraste, otras cuentan con instalaciones sumamente vistosas, llenas de colorido y fulgor… que en ocasiones disimulan tras esa fachada de cartón-piedra terribles carencias en las colecciones, insuficiencia de medios, desprecio institucional… Sólo el tesón y buen hacer del personal en ellas empleado pueden llevar adelante un servicio digno, capaz de encandilar a los usuarios (más o menos fieles) como a los niños que se acercan a la carpa del circo cuando éste se instala en nuestra localidad.

Y es que el personal bibliotecario debe hacer gala de equilibrio, agilidad y coordinación como los buenos acróbatas para desempeñar su labor. Y, en muchos casos —especialmente en estos momentos tan difíciles— practicar el funambulismo, caminando sobre el delgado alambre de unos presupuestos cada vez más menguados, ejercitando como los mejores magos sorprendentes números para extraer de un sombrero cada vez más ajado y vacío sorpresas con las que encandilar al público. En no pocas ocasiones se le exige habilidades de contorsionista —incluso pagando el precio de alguna costilla— para encogerse hasta límites insospechados o de escapista para no acabar aprisionado por las limitaciones. Y deberá enfrentarse a las más terribles de las fieras —aquellos políticos y gestores de la cosa pública que se dejan guiar por otros intereses, algunos usuarios intransigentes o maleducados, fantásticos padres que encuentran en la biblioteca su “guardería aliada”…— como un aguerrido domador, o incluso escupir fuego, igual que hacen determinados faquires. En más de una oportunidad se hace necesario actuar como tragasables si no queremos que las consecuencias de los males que acechan nuestra biblioteca sean aún peores, o practicar malabarismo con las escasas herramientas que se nos proporcionan. ¿Qué referencista no ha tenido que echar mano en alguna ocasión de sus dotes como mentalista para comprender la demanda de información que un usuario no acierta a exponernos? Pero todas estas dificultades se esfuman cuando un amable lector de devuelve con un simple “Gracias” nuestra dedicación, cuando un niño nos sonríe ilusionado con su libro bajo el brazo o suelta su inocente carcajada en esa actividad de animación que nos obliga a embadurnarnos la cara y calzar zapatones cual payaso, aunque tengamos el corazón roto por aquellos que siguen sin comprender el valor de nuestro papel y se dejan atrapar por Polichinelas varios.

No es cuestión de ponernos excesivamente trágicos. Antes al contrario, será preferible quedarnos con lo que de mágico y sorprendente tiene el circo, como igualmente lo tiene la biblioteca: en ambos podemos evadirnos de nuestra realidad, conocer exóticos animales o personajes sorprendentes, sentir cómo nuestro corazón se acelera por pasiones o sentimientos diversos, gozar —en fin— de la compañía de todos cuantos participan en nuestra aventura. Aunque nos sorprenda, no son pocos los libros que, de una manera u otra, se acercan al mundo de las artes circenses. Nacidos en los albores de la historia, circo y biblioteca forman igualmente parte de la cultura universal, y ambos merecen de nuestra protección y cariño. ¿Vamos a dejar que se marchiten?

¡Señoras y señores! ¡Chicos y grandes! ¡Pasen y vean! ¡El mayor espectáculo del mundo! ¡La biblioteca!

Tomado de Biblogtecarios: http://www.biblogtecarios.es/rafaelibanez/el-mayor-espectaculo-del-mundo
 

viernes, 24 de febrero de 2012

Alfonso Orejel cuenta sus cuentos en la biblioteca Gilberto Owen

“El sano propósito es aterrorizarlos y con esto les den ganas de leer”, expresa Orejel


Este lunes el reconocido escritor sinaloense Alfonso Orejel se presentó en la Biblioteca pública Gilberto Owen para narrar a los niños su cuento de horror "La niña del vestido antiguo" en un evento que combinó diversión con una parte lúdica y misteriosa para deleite de todos los presentes. Esta representación es una primicia del relato que aparecerá en el libro del mismo nombre, próximo a publicarse por Ediciones SM.
Alfonso Orejel nació en los Mochis, Sinaloa en 1961, ganador del premio nacional de cuento Inés Arredondo y del nacional de poesía Gilberto Owen, es un escritor que no se somete a etiquetas y escribe narraciones, poemas, crónicas y literatura infantil, senda a la que se ha dedicado como cuentacuentos y promotor cultural desde hace veinte años; esta experiencia, junto con sus recuerdos y vivencias le han permitido escribir reconocidos cuentos como Las bellas bestias, Caldo de perico, El cucaracho, Matanga guanga la changa, El sendero de los gatos apachurrados, La venganza de la mano amarilla, La sombra y El árbol de las muñecas tristes, por mencionar sólo algunos de sus libros para niños. Entre sus planes está publicar más.
Un numeroso público infantil asistió a esta presentación, entre ellos los alumnos de primer año de la secundaria técnica #85, del Fracc. Nakayama; niños, papás y maestros estuvieron al borde de la silla escuchando la historia de horror que el narrador les relataba. El género de espantos es uno de los más trabajados por el escritor, quien aclara que: "soy descendiente de una mujer que es una extraordinaria narradora: mi madre, quien pobló mi infancia de fantasmas tristes, de puertas quejumbrosas y desalmadas almas sin sosiego. La noche interminable donde miraba mi trémulo rostro en el fondo de una taza de café, mientras ella me contaba sus vivencias, fue mi escuela fundamental".
Posteriormente, los niños asistentes tuvieron la oportunidad de charlar con el escritor sobre la trama del cuento y el arte de escribir historias. Esta lectura fue la primera de una serie que la Biblioteca Gilberto Owen ofrecerá a los niños de Culiacán en colaboración con el programa Sinaloa lee, como parte de sus actividades de fomento a la lectura, de la cual se ofrecerá información más detallada próximamente.
Este tipo de eventos que la biblioteca “Gilberto Owen” busca difundir acerca a los niños y no tan niños a la lectura e incluso va más allá: los invita a sentir las historias. Al respecto, particular Alfonso Orejel, un estupendo cuentacuentos y no sólo “lector en voz alta” (actividades que no hay que confundir, aclaró) siembra la idea de que mientras cuenta la historia la inventase al son de las reacciones de sus oyentes, y no de otro modo.

Este evento, y muchos más por venir, se realizan en la biblioteca pública Gilberto Owen ubicada en las instalaciones del Casino de la Cultura de Culiacán, en Obregón y Zaragoza s/n, Col. Centro; atiende de lunes a viernes en horario de 8:00 am a 7:00 pm, y los sábados de 9:00 am a 2:00 pm. Informes al teléfono 715-28-2 y al correo electrónico bpGilbertoOwen@gmail.com

Están todos cordialmente invitados.


miércoles, 22 de febrero de 2012

Leyendo un cachito de...

Iacobus

Matilde Asensi

Pronto avisté los vastos territorios mauricenses, cercanos a la localidad de Torá, y enseguida, los altos muros de la abadía y las puntiagudas torres de su hermosa iglesia. Sin albergar ninguna duda, me atrevo a asegurar que Ponce de Riba, fundado ciento cincuenta años atrás por Ramón Berenguer iv, es uno de los monasterios más grandes y majestuosos que yo haya visto jamás, y su riquísima biblioteca es única a este lado del orbe, pues no sólo posee los códices sacros más extraordinarios de la cristiandad, sino la práctica totalidad de los textos científicos, árabes y judíos, condenados por la jerarquía eclesiástica, ya que, por fortuna, los monjes de San Mauricio se han caracterizado siempre por tener un espíritu muy abierto a todo tipo de riquezas. En los archivos de Ponce de Riba, he llegado a ver cosas que nadie creería: cartularios hebreos, bulas papales y cartas de reyes musulmanes que hubieran impresionado al estudioso más imperturbable.

Es evidente que un caballero hospitalario como yo no tiene sitio, al menos en apariencia, en un recinto sagrado dedicado al estudio y la oración, pero mi caso era singular, ya que, además de la verdadera y secreta razón que me había llevado hasta Ponce de Riba, mi Orden estaba especialmente interesada, por el bien general de nuestros hospitales, en el conocimiento de las terribles fiebres eruptivas, las viruelas, que tan magníficamente han sido descritas por los físicos árabes, así como en la preparación de jarabes, alcoholes, pomadas y ungüentos de los que habíamos tenido alguna noticia durante los años que duró nuestra presencia en el reino de Jerusalén.

En concreto, yo sentía un particularísimo afán por estudiar el Atarrif de Albucasis el Cordobés, obra conocida también como Metodus medendi después de su traducción al latín por Gerardo de Cremona. En realidad, a mí tanto me daba la lengua en la que estuviera escrita la copia del cenobio, pues domino varias de ellas con soltura, al igual que todos los caballeros que han tenido que luchar en Siria o Palestina. Esperaba encontrar en ese libro los secretos de las incisiones sin dolor en cuerpos vivos y de los cauterios, tan necesarios en tiempo de guerra, y aprenderlo todo acerca del maravilloso instrumental médico de los físicos persas, minuciosamente descrito por el gran Albucasis, para poder mandarlo fabricar con precisión en cuanto volviera a Rodas. Así pues, ese mismo día abandonaría el jubón, la cota y el manto negro con la cruz latina blanca, y sustituiría el yelmo, la espada y el escudo por el cálamo, la tinta y el scrinium.

No dejaba de ser un proyecto apasionante, desde luego, pero, como he dicho, no era el verdadero motivo por el cual estaba entrando en las tierras del cenobio; la auténtica razón que me había llevado allí –una razón exclusivamente personal, que había sido amparada desde el primer momento por el gran senescal de Rodas– era que, en aquel lugar, debía encontrar a alguien muy importante de quien no sabía absolutamente nada: ni cuál era su nombre, ni quién era, ni cómo era..., ni siquiera si seguía allí en aquel momento. Sin embargo, confiaba en mí mismo y en la Providencia para lograr el triunfo en tan espinosa misión. No por nada me apodan el Perquisitore.


lunes, 20 de febrero de 2012

También en la Gilberto Owen...

Compartiendo cuentos

Una niña perversa

Esta tarde empujé a Arturo a la fuente. Cayó en ella y se puso a hacer "gluglú" con la boca, pero también gritaba y fue oído. Papá y mamá llegaron corriendo. Mamá lloraba porque creía que Arturo se había ahogado. Pero no era así. Ha venido el doctor. Arturo está ahora muy bien. Ha pedido pastel de mermelada y mamá se lo ha dado. Sin embargo, eran las siete, casi la hora de acostarse, cuando pidió pastel, y a pesar de eso mamá se lo dio. Arturo estaba muy contento y orgulloso. Todo el mundo le hacía preguntas. Mamá le preguntó cómo había podido caerse, si se había resbalado, y Arturo ha dicho que sí, que se tropezó. Es gentil que haya dicho eso, pero yo sigo detestándolo y volveré a hacerlo en la primera ocasión.
Por lo demás, si no ha dicho que lo empujé yo, quizá sea sencillamente porque sabe muy bien que a mamá la horrorizan las delaciones. El otro día, cuando le apreté el cuello con la cuerda de saltar y se fue a quejar con mamá diciendo: "Elena me ha hecho esto", mamá le ha dado una terrible palmada y le ha dicho: "¡No vuelvas a hacer una cosa así!" Y cuando llegó papá, ella se lo ha contado, y papá también se puso furioso. Arturo se quedó sin postre. Por eso comprendió. Y esta vez, como no ha dicho nada, le han dado pastel de mermelada. Me gusta enormemente el pastel de mermelada: se lo he pedido a mamá yo también, tres veces, pero ella ha puesto cara de no oirme. ¿Sospechará que yo fui la que empujó a Arturo?
Antes, yo era buena con Arturo, porque mamá y papá me festejaban tanto como a él. Cuando él tenía un auto nuevo, yo tenía una muñeca, y no le hubieran dado pastel sin darme a mí. Pero desde hace un mes, papá y mamá han cambiado completamente conmigo. Todo es para Arturo. A cada momento le hacen regalos. Con esto no mejora su carácter. Siempre ha sido un poco caprichoso, pero ahora es detestable. Sin parar está pidiendo esto y lo otro. Y mamá cede casi siempre. A decir verdad, creo que en todo un mes solo lo han regañado el día de la cuerda de saltar, y lo raro es que esta vez no era culpa suya.
Me pregunto por qué papá y mamá, que me querían tanto, han dejado de repente de interesarse en mí. Parece que ya no soy su niñita. Cuando beso a mamá, ella no sonríe. Papá tampoco. Cuando van a pasear, voy con ellos, pero continúan desinteresándose de mí. Puedo jugar junto a la fuente lo que yo quiera. Les da igual. Sólo Arturo es gentil conmigo de cuando en cuando, pero a veces se niega a jugar conmigo. Le pregunté el otro día por qué mamá se había vuelto así conmigo. Yo no quería hablarle del asunto, pero no pude evitarlo. Me ha mirado desde arriba, con ese aire burlón que toma adrede para hacerme rabiar, y me ha dicho que era porque mamá no quiere oir hablar de mí. Le dije que no era verdad. Él me dijo que sí, que había oído a mamá decirle eso a papá, y que le había dicho: "No quiero oír hablar nunca más de ella."
Ese fue el día que le apreté el cuello con la cuerda. Después de eso, yo estaba tan furiosa, a pesar de la palamada que él había recibido, que fui a su recámara y le dije que lo mataría.
Esta tarde me ha dicho que mamá, papá y él iban a ir al mar, y que yo no iría. Se rió y me hizo muecas. Entonces lo empujé a la fuente.
Ahora duerme, y papá y mamá también. Dentro de un momento iré a su recámara y esta vez no tendrá tiempo de gritar, tengo la cuerda de saltar en las manos. Él la olvidó en el jardín y yo la tomé.
Con esto se verán obligados a ir al mar sin él. Y luego me iré a acostar sola, al fondo de ese maldito jardín, en esa horrible caja blanca donde me obligan a dormir desde hace un mes.


Jehanne Jean Charles

Alicia y el país de las maravillas celebran 150 años


En 2012 se cumplen 150 años de la "dorada tarde" de 1862 en la que el diácono y matemático Charles Lutwidge Dogson, más conocido como Lewis Carroll, improvisó durante un paseo en bote por el río Támesis, una disparatada historia para su joven amiga Alice Liddell y las hermanas de ésta. Lo que él nunca se imaginó fue que ese relato sobre una niña que cae en un agujero mientras persigue a un conejo blanco sería su pasaporte a la inmortalidad.

Antes de comenzar la novela, Lewis Carroll incluyó un poema que hace referencia a la gestación de la obra:

A través de la tarde color de oro
el agua nos lleva sin esfuerzo por nuestra parte,
pues los que empujan los remos
son unos brazos infantiles
que intentan, con sus manitas
guiar el curso de nuestra barca.

Pero, ¡las tres son muy crueles!
ya que sin fijarse en el apacible tiempo
ni en el ensueño de la hora presente,
¡exigen una historia de una voz que apenas tiene aliento,
tanto que ni a una pluma podría soplar!
Mas, ¿qué podría una voz tan débil
contra la voluntad de las tres?

La primera, imperiosamente, dicta su decreto:
"¡Comience el cuento!"
La segunda, un poco más amable, pide
que el cuento no sea tonto,
mientras que la tercera interrumpe la historia
nada más que una vez por minuto.

Conseguido al fin el silencio,
con la imaginación las lleva,
siguiendo a esa niña soñada,
por un mundo nuevo, de hermosas maravillas
en el que hasta los pájaros y las bestias hablan
con voz humana, y ellas casi se creen estar allí.

Y cada vez que el narrador intentaba,
seca ya la fuente de su inspiración
dejar la narración para el día siguiente,
y decía: "El resto para la próxima vez",
las tres, al tiempo, decían: "¡Ya es la próxima vez!"

Y así fue surgiendo el "País de las Maravillas",
poquito a poco, y una a una,
el mosaico de sus extrañas aventuras.
Y ahora, que el relato toca a su fin.
También el timón de la barca nos vuelve al hogar,
¡una alegre tripulación, bajo el sol que ya se oculta!

Alicia, para ti este cuento infantil.
Ponlo con tu mano pequeña y amable
donde descansan los cuentos infantiles,
entrelazados, como las flores ya marchitas
en la guirnalda de la Memoria.
Es la ofrenda de un peregrino
que las recogió en países lejanos.

Fotografía de Alice Liddell tomada por el británico Charles Dogson en el verano de 1858

jueves, 16 de febrero de 2012

El Libro Total


Los Lectores ocupados
España

Los campesinos del siglo 17, generalmente analfabetas,  se daban gusto al oír leer  los libros de su época. Hombres y  mujeres rodeaban al lector y se  embelesaban con la lectura.

Esta costumbre de leer en voz alta es registrada por el mismo Cervantes en su obra cumbre y es cosa sabrosa leerle y conocer la forma como se desarrollaban esas lecturas públicas.



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 http://www.ellibrototal.com

miércoles, 15 de febrero de 2012

La biblioteca pública central estatal “Gilberto Owen” es invitada de honor de la Secretaria de Turismo de Sinaloa


Participa la biblioteca central estatal Gilberto Owen  como invitada de la Secretaría de Turismo en la Expo Agro Sinaloa 2012 con el propósito de dar a conocer parte del catálogo editorial del Instituto Sinaloense de Cultura así como para fomentar la difusión de la lectura y escritura en el estado.
La biblioteca Gilberto Owen, ubicada dentro de las instalaciones del Casino de la Cultura, pretende reafirmar la presencia literaria del estado a través de la gran diversidad de títulos que tiene para ofrecer, así como el acervo y los servicios que ofrece dicho recinto.
La invitación fue hecha por la delegada de Turismo de la zona centro, Lic. Lorena Kumate Rogers, con el objetivo de difundir la promoción de la lectura en las bibliotecas de nuestro estado. Los libros en exposición abarcan temas relativos al sector agrícola, principalmente, así como títulos diversos de literatura, historia y artes.
La Expo Agro Sinaloa 2012 está ubicada en el Campo Experimental del Valle de Culiacán, localizado en la Carretera Maxipista Culiacán-Mazatlán Km. 17.5, del miércoles 15 al viernes 17 de febrero, con horario de 10:00 a 17:00 hrs.
Asimismo, los planes de la biblioteca Gilberto Owen (llamada así en honor del reconocido poeta sinaloense) constituyen la constante difusión de lectura en Sinaloa y la invitación permanente a visitarla en el  Casino de la Cultura, sito en Obregón y Zaragoza s/n Centro  CP 80000, Culiacán, Sinaloa, en un horario de 8:00 am a 7:00 pm, de lunes a viernes y los sábados con un horario de  9:00 am a 2:00 pm, o bien comunicarse al teléfono: (667) 715-28-20.

viernes, 10 de febrero de 2012

Leyendo un cachito de...

Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar
Luis Sepúlveda
Bubulina era una bonita gata blanquinegra que pasaba largas horas entre las macetas de flores de una terraza. Todos los gatos del puerto pasaban lentamente frente a ella, luciendo la elasticidad de sus cuerpos, el brillo de sus pieles prolijamente aseadas, la longitud de sus bigotes, el garbo de sus rabos tiesos, con intención de impresionarla, pero Bubulina se mostraba indiferente y no aceptaba más que el cariño de un humano que se instalaba en la terraza frente a una máquina de escribir.
Era un humano extraño, que a veces reía después de leer lo que acababa de escribir, y otras veces arrugaba los folios sin leerlos. Su terraza estaba siempre envuelta por una música suave y melancólica que adormecía a Bubulina, y provocaba hondos suspiros a los gatos que pasaban por allí.
   ¿El humano de Bubulina? ¿Por qué él –consultó Colonello.
   No lo sé. Ese humano me inspira confianza –reconoció Zorbas–. Le he oído leer lo que escribe. Son hermosas palabras que alegran o entristecen, pero siempre producen placer y suscitan deseos de seguir escuchando.
   ¡Un poeta! Lo que ese humano hace se llama poesía. Tomo diecisiete, letra “P” de la enciclopedia –aseguró Sabelotodo.
   ¿Y qué te hace pensar que ese humano sabe volar? –quiso saber Secretario.
   Tal vez no sepa volar con alas de pájaro, pero al escucharlo siempre he pensado que vuela con sus palabras –respondió Zorbas.
   Los que estén de acuerdo con que Zorbas maúlle con el humano de Bubulina que levanten la pata derecha –ordenó Colonello.
Y así fue como le autorizaron a maullar con el poeta.

jueves, 9 de febrero de 2012

Leyendo un cachito de...

Novela de ajedrez
Stefan Zweig

Y de pronto, mi mirada quedó prendida en otra cosa. Había descubierto que uno de los bolsillos laterales de uno de los capotes tenía una protuberancia, como si tuviera dentro algún objeto. Me acerqué más y me pareció reconocer por su forma cuadrada lo que contenía aquella protuberancia: ¡un libro! Mis piernas empezaron a flaquear. ¡Un LIBRO! Hacía cuatro meses que no tenía un libro en las manos y ahora, la sola idea de un libro con palabras alineadas, renglones, páginas y hojas, la sola idea de un libro en el que leer, perseguir y capturar pensamientos nuevos, frescos, diferentes de los míos, pensamientos para distraerse y para atesorarlos en mi cerebro, esa sola idea era capaz de embriagarme y también de serenarme. Mis ojos quedaron suspendidos en aquel bulto que formaba el libro en el bolsillo, como hipnotizados, con una mirada tan ardiente como si quisiera perforar el tejido. Finalmente no pude controlar mi avidez; involuntariamente me fui acercando. Sólo con pensare que podía tocar un libro con las manos, aunque fuera a través de la ropa del bolsillo, ya me ardían los dedos hasta la raíz de las uñas. Casi sin darme cuenta fui acercándome cada vez más. Por fortuna, el guardián no se dio cuenta de mi comportamiento, sin duda bastante extraño; quizá le parecía natural que una persona que había tenido que estar de pie durante dos horas quisiera apoyarse un poco en la pared. Ahora había llegado ya al lado mismo del capote y eché las manos a la espalda para poder palparlo sin llamar la atención. A través de la ropa conseguí percibir, en efecto, una cosa cuadrada, una cosa flexible y que crujía levemente: ¡un libro! Y una idea me atravesó el cerebro como un relámpago: <<¡Róbalo! Tal vez lo consigas y puedas esconderlo en la celda y después leer, leer, leer, por fin volver a leer!>> Esta idea, apenas formulada, empezó a actuar como un poderoso veneno; de pronto empezaron a silbarme los oídos y mi corazón se puso a latir y las manos, heladas, no acertaban a obedecerme. Sin embargo, pasado el aturdimiento inicial, me fui deslizando hasta el capote sin llamar la atención, y sin dejar de mirar al guardián empecé a empujar, con las manos siempre escondidas tras la espalda para que el libro fuera subiendo hasta quedar casi fuera del bolsillo. Al final, un movimiento de los dedos, un solo movimiento cauto y ligero, y he aquí que ya tenía en mis manos el libro, un ejemplar no muy voluminoso por cierto. Sólo en aquel momento llegué a darme cuenta, aterrado, de lo que acababa de hacer, pero ya no podía echarme atrás. ¿Dónde lo metería? Lo fui empujando, pegado a la espalda, hasta los pantalones, por debajo de la ropa, moviéndolo hacia un lado, para poder mantenerlo fijo a la costura si caminaba con las manos marcialmente pegadas a ambos lados. Venía ahora la primera prueba. Me separé del colgador un paso, después dos, después tres. Todo salió bien. Sólo con que mantuviese la mano bien unida a los pantalones podía ir aguantando el libro mientras caminaba.