viernes, 10 de febrero de 2012

Leyendo un cachito de...

Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar
Luis Sepúlveda
Bubulina era una bonita gata blanquinegra que pasaba largas horas entre las macetas de flores de una terraza. Todos los gatos del puerto pasaban lentamente frente a ella, luciendo la elasticidad de sus cuerpos, el brillo de sus pieles prolijamente aseadas, la longitud de sus bigotes, el garbo de sus rabos tiesos, con intención de impresionarla, pero Bubulina se mostraba indiferente y no aceptaba más que el cariño de un humano que se instalaba en la terraza frente a una máquina de escribir.
Era un humano extraño, que a veces reía después de leer lo que acababa de escribir, y otras veces arrugaba los folios sin leerlos. Su terraza estaba siempre envuelta por una música suave y melancólica que adormecía a Bubulina, y provocaba hondos suspiros a los gatos que pasaban por allí.
   ¿El humano de Bubulina? ¿Por qué él –consultó Colonello.
   No lo sé. Ese humano me inspira confianza –reconoció Zorbas–. Le he oído leer lo que escribe. Son hermosas palabras que alegran o entristecen, pero siempre producen placer y suscitan deseos de seguir escuchando.
   ¡Un poeta! Lo que ese humano hace se llama poesía. Tomo diecisiete, letra “P” de la enciclopedia –aseguró Sabelotodo.
   ¿Y qué te hace pensar que ese humano sabe volar? –quiso saber Secretario.
   Tal vez no sepa volar con alas de pájaro, pero al escucharlo siempre he pensado que vuela con sus palabras –respondió Zorbas.
   Los que estén de acuerdo con que Zorbas maúlle con el humano de Bubulina que levanten la pata derecha –ordenó Colonello.
Y así fue como le autorizaron a maullar con el poeta.

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