lunes, 25 de febrero de 2013

Para leer en la Owen... La leyenda de un reino maravilloso




La  búsqueda de un reino imaginario

La leyenda del Preste Juan

 
L. N. Gumilev

Este es un libro realmente extraordinario que ha tenido una historia difícil y no ha recibido hasta hoy la atención que merece. Las dificultades a las que ha habido de enfrentarse arrancan, para empezar, de la atormentada vida de su autor, Lev Gumilev, hijo del poeta Nicolai Gumilev y de la gran Ana Ajmatova. En 1934 comenzó el largo calvario de arrestos y deportaciones de Lev, perseguido por las actividades de sus padres, activistas y censurados por el régimen.

Lev consiguió la libertad en 1956 –al cabo de más de veinte años de persecuciones y castigos–, y pudo proseguir su carrera como historiador. Publicó diversos libros sobre los hunos (1960), los jázaros (1966) y los antiguos turcos (1967), y en 1970 apareció La búsqueda de un reino imaginario. La leyenda del preste Juan, que se traduce hoy al castellano, y antes, en 1987, había sido vertida al inglés.

Era un libro renovador e imaginativo, que no iba a recibir la atención que merece ni en su versión original rusa –lo cual es explicable, porque resultaba demasiado heterodoxo– ni en la edición inglesa. Y es que también en el terreno de la ciencia histórica, pese a poder circular por el mundo con un certificado de inocencia, Lev Gumilev ha tenido que pagar las consecuencias de su atrevimiento al desafiar a los poderes académicos establecidos, que tienen sus propios campos de olvido para los disidentes.

¿Cuáles son los delitos de “lesa academia” que ha cometido Gumilev? Para empezar, y como ya se advertía en el prólogo que S. I. Rudenko escribió para la edición rusa, el suyo no era un libro “normal”: no encajaba en ninguno de “los campos aceptados” del academicismo. No era un libro de divulgación, aunque estuviese escrito de manera accesible y fuese perfectamente comprensible por el gran público, ni un estudio erudito especializado, de los que se destinan al uso exclusivo de los miembros de una tribu académica, que son los únicos capaces de comprender su jerga y de interesarse por su contenido.

Un libro que empieza proponiendo “la superación de la filología”, esto es, de la erudición tradicional, ha de parecer sospechoso de entrada. Si después resulta que “mezcla” aportaciones de diversos campos científicos (climatología, historia, antropología), que no se limita a estudiar un tema acotado en el espacio y el tiempo (sino que se mueve en un amplio arco temporal y se atreve hablar de chinos, mongoles, musulmanes, rusos y cruzados, sin  haber pedido permiso previamente a los “especialistas” que controlan al saber establecidos en cada uno de estos campos) y, sobre todo, que en lugar de utilizar los métodos tradicionales, nos propone una audaz combinación de enfoques diversos, es seguro que va ser expulsado del “templo de la ciencia”.

     La traducción inglesa de este libro fue recibida con lo que pudiéramos llamar un “silencio hostil”. Y temo que algo semejante le suceda a la que hoy presentamos al lector español. Porque, al fin y al cabo, ¿cómo se espera vender un libro que no va a ser recomendado en ningún curso universitario porque no coincide con los requerimientos del programa de ninguna asignatura? ¿Qué méritos justifican esta aventura editorial en tiempos de desalfabetización universitaria, en que el libro está siendo reemplazado por la ración mínima de letras que proporciona la fotocopiadora?

Al lector común aficionado a la historia, que se interesa por un libro porque satisface sus curiosidades, Gumiley le gustará porque le va a descubrir mundos ignorados. El pretexto del libro, tal como lo anuncia su titulo, es explicarle cómo, cuándo y por qué nació la leyenda del reino del preste Juan: del rey-sacerdote cristiano que la Europa medieval creía que residía en algún lugar ignoto de Asia. En el trascurso de la búsqueda  de este rey no inexistente, el autor le llevará a las estepas de Asia Central, donde la historia ha seguido la pulsación de los cambios climáticos y de donde han surgido las oleadas de invasores que han penetrado en diversas ocasiones hasta el corazón de Europa. Le descubrirá la fascinante realidad de la iglesia nestoriana: de esa cristiandad asiática que se extendía desde Sumatra hasta Azerbaiyán, y que pudo haber frenado el avance del islam, si Roma hubiese aceptado la alianza que le proponía. Una iglesia que inspiró la cruzada de los mongoles, que reconquistó de los musulmanes Bagdad y Damasco, donde las tropas vencedora entraron en 1260, al mando de un general nestoriano, un príncipe armenio y un cruzado: una cruzada que no figura en la lista de las aceptadas en nuestros manuales de historia, pero que probablemente salvó a Europa de gran ataque islámico que pudo haber cambiado su destino. Le contará también la sorprendente historia de cómo un mongol perseguido se convirtió en Gengis Jan (y le hará saber, de paso, que los mongoles eran originariamente rubios y de ojos azules, o sea que no tenían “rasgos mongólicos”). Y muchas cosas más del mismo estilo.

Pero aunque éste sea un libro de historia ameno, y hasta fascinante, no es un libro de historia amena, si no muy serio. Cuando Gumilev, después de haber ido asentando una a una las piezas de su audaz y original construcción, nos lleva, al final del libro, a una visión panorámica que explica algunas de las claves esenciales de la historia de Eurasia, se detienen de súbito para confesarle al lector que en algún modo le ha engañado. Que lo que en realidad le interesante era mostrar, con los ejemplos que le ha presentado, algunas verdades fundamentales acerca de la historia: que acumular acontecimientos y comprenderlos son dos cosas distintas (y que la mayor parte de la erudición se queda en el estadio de acumulación); que entre el investigador y aquello que investiga debe haber una oculta relación, “porque la búsqueda sólo merece la pena cuando sabes lo que estás buscando”, y que “si no saltan chispas entre el investigador y su material, no puede llegar a existir una síntesis”. Ahora, al final de la tarea, puede revelarle un secreto: “que en este libro se presta atención, no a un reino legendario que nunca existió, sino, sobre todo, al modo de entender esa admirable rama del conocimiento que es la historia”.

Por esa razón se ha traducido el libro. Para que algún joven aprendiz de historiador a quien caiga en las manos lo saboree, como hacíamos nosotros con las lecturas clandestinas que iluminaron los años difíciles de nuestra formación, y sienta despertar unas inquietudes nuevas, un deseo de desprenderse de las anteojeras con que los miopes procuran limitar la visión de los que tienen buena vista. Para que comprenda que el de historiador no es un trabajo sino un oficio: algo que sólo merece la pena hacer cuando busca algo que te importa a ti y que puede importar a otros  hombres y mujeres –no sólo a la tribu de los historiadores–, cuando “saltan chispas” entre la evidencia que manejas y tu propia persona. Entonces es cuando la historia se convierte en “una admirable rama del conocimiento” y su cultivo, en el oficio más apasionante que pueda imaginarse, capaz de  producir libros tan maravillosos como éste, que refleja la fuerza interior de un hombre en quien veinte años de persecuciones y de cárcel no pudieron apagar la pasión por contar a los hombres cuán complejo y enriquecedor puede llegar a ser el relato de sus vidas y sus hechos.

 

Josep Fontana

 

 

 

Gumilev, L.N. La búsqueda de un reino imaginario. La leyenda del Preste Juan. Crítica: Barcelona, 1994


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