La
búsqueda de un reino imaginario
La leyenda del Preste Juan
L. N. Gumilev
Este es un libro realmente
extraordinario que ha tenido una historia difícil y no ha recibido hasta hoy la
atención que merece. Las dificultades a las que ha habido de enfrentarse arrancan,
para empezar, de la atormentada vida de su autor, Lev Gumilev, hijo del poeta
Nicolai Gumilev y de la gran Ana Ajmatova. En 1934 comenzó el largo calvario de
arrestos y deportaciones de Lev, perseguido por las actividades de sus padres,
activistas y censurados por el régimen.
Lev consiguió la libertad en 1956 –al
cabo de más de veinte años de persecuciones y castigos–, y pudo proseguir su
carrera como historiador. Publicó diversos libros sobre los hunos (1960), los
jázaros (1966) y los antiguos turcos (1967), y en 1970 apareció La búsqueda de un reino imaginario. La
leyenda del preste Juan, que se traduce hoy al castellano, y antes, en 1987,
había sido vertida al inglés.
Era un libro renovador e imaginativo,
que no iba a recibir la atención que merece ni en su versión original rusa –lo
cual es explicable, porque resultaba demasiado heterodoxo– ni en la edición
inglesa. Y es que también en el terreno de la ciencia histórica, pese a poder
circular por el mundo con un certificado de inocencia, Lev Gumilev ha tenido
que pagar las consecuencias de su atrevimiento al desafiar a los poderes
académicos establecidos, que tienen sus propios campos de olvido para los disidentes.
¿Cuáles son los delitos de “lesa
academia” que ha cometido Gumilev? Para empezar, y como ya se advertía en el
prólogo que S. I. Rudenko escribió para la edición rusa, el suyo no era un
libro “normal”: no encajaba en ninguno de “los campos aceptados” del
academicismo. No era un libro de divulgación, aunque estuviese escrito de
manera accesible y fuese perfectamente comprensible por el gran público, ni un
estudio erudito especializado, de los que se destinan al uso exclusivo de los
miembros de una tribu académica, que son los únicos capaces de comprender su
jerga y de interesarse por su contenido.
Un libro que empieza proponiendo “la
superación de la filología”, esto es, de la erudición tradicional, ha de
parecer sospechoso de entrada. Si después resulta que “mezcla” aportaciones de
diversos campos científicos (climatología, historia, antropología), que no se
limita a estudiar un tema acotado en el espacio y el tiempo (sino que se mueve
en un amplio arco temporal y se atreve hablar de chinos, mongoles, musulmanes,
rusos y cruzados, sin haber pedido
permiso previamente a los “especialistas” que controlan al saber establecidos
en cada uno de estos campos) y, sobre todo, que en lugar de utilizar los métodos
tradicionales, nos propone una audaz combinación de enfoques diversos, es
seguro que va ser expulsado del “templo de la ciencia”.
La traducción inglesa de este libro fue recibida con lo que pudiéramos
llamar un “silencio hostil”. Y temo que algo semejante le suceda a la que hoy
presentamos al lector español. Porque, al fin y al cabo, ¿cómo se espera vender
un libro que no va a ser recomendado en ningún curso universitario porque no
coincide con los requerimientos del programa de ninguna asignatura? ¿Qué
méritos justifican esta aventura editorial en tiempos de desalfabetización
universitaria, en que el libro está siendo reemplazado por la ración mínima de
letras que proporciona la fotocopiadora?
Al lector común aficionado a la
historia, que se interesa por un libro porque satisface sus curiosidades,
Gumiley le gustará porque le va a descubrir mundos ignorados. El pretexto del
libro, tal como lo anuncia su titulo, es explicarle cómo, cuándo y por qué
nació la leyenda del reino del preste Juan: del rey-sacerdote cristiano que la
Europa medieval creía que residía en algún lugar ignoto de Asia. En el
trascurso de la búsqueda de este rey no
inexistente, el autor le llevará a las estepas de Asia Central, donde la
historia ha seguido la pulsación de los cambios climáticos y de donde han
surgido las oleadas de invasores que han penetrado en diversas ocasiones hasta
el corazón de Europa. Le descubrirá la fascinante realidad de la iglesia nestoriana:
de esa cristiandad asiática que se extendía desde Sumatra hasta Azerbaiyán, y
que pudo haber frenado el avance del islam, si Roma hubiese aceptado la alianza
que le proponía. Una iglesia que inspiró la cruzada de los mongoles, que
reconquistó de los musulmanes Bagdad y Damasco, donde las tropas vencedora
entraron en 1260, al mando de un general nestoriano, un príncipe armenio y un
cruzado: una cruzada que no figura en la lista de las aceptadas en nuestros
manuales de historia, pero que probablemente salvó a Europa de gran ataque
islámico que pudo haber cambiado su destino. Le contará también la sorprendente
historia de cómo un mongol perseguido se convirtió en Gengis Jan (y le hará
saber, de paso, que los mongoles eran originariamente rubios y de ojos azules,
o sea que no tenían “rasgos mongólicos”). Y muchas cosas más del mismo estilo.
Pero aunque éste sea un libro de
historia ameno, y hasta fascinante, no es un libro de historia amena, si no muy
serio. Cuando Gumilev, después de haber ido asentando una a una las piezas de
su audaz y original construcción, nos lleva, al final del libro, a una visión
panorámica que explica algunas de las claves esenciales de la historia de
Eurasia, se detienen de súbito para confesarle al lector que en algún modo le
ha engañado. Que lo que en realidad le interesante era mostrar, con los
ejemplos que le ha presentado, algunas verdades fundamentales acerca de la
historia: que acumular acontecimientos y comprenderlos son dos cosas distintas
(y que la mayor parte de la erudición se queda en el estadio de acumulación); que
entre el investigador y aquello que investiga debe haber una oculta relación, “porque
la búsqueda sólo merece la pena cuando sabes lo que estás buscando”, y que “si no
saltan chispas entre el investigador y su material, no puede llegar a existir
una síntesis”. Ahora, al final de la tarea, puede revelarle un secreto: “que en
este libro se presta atención, no a un reino legendario que nunca existió,
sino, sobre todo, al modo de entender esa admirable rama del conocimiento que
es la historia”.
Por esa razón se ha traducido el libro.
Para que algún joven aprendiz de historiador a quien caiga en las manos lo
saboree, como hacíamos nosotros con las lecturas clandestinas que iluminaron
los años difíciles de nuestra formación, y sienta despertar unas inquietudes
nuevas, un deseo de desprenderse de las anteojeras con que los miopes procuran
limitar la visión de los que tienen buena vista. Para que comprenda que el de historiador
no es un trabajo sino un oficio: algo que sólo merece la pena hacer cuando
busca algo que te importa a ti y que puede importar a otros hombres y mujeres –no sólo a la tribu de los
historiadores–, cuando “saltan chispas” entre la evidencia que manejas y tu
propia persona. Entonces es cuando la historia se convierte en “una admirable
rama del conocimiento” y su cultivo, en el oficio más apasionante que pueda
imaginarse, capaz de producir libros tan
maravillosos como éste, que refleja la fuerza interior de un hombre en quien
veinte años de persecuciones y de cárcel no pudieron apagar la pasión por
contar a los hombres cuán complejo y enriquecedor puede llegar a ser el relato
de sus vidas y sus hechos.
Josep
Fontana
Gumilev, L.N. La búsqueda de un reino imaginario. La leyenda del Preste Juan.
Crítica: Barcelona, 1994
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