jueves, 13 de diciembre de 2012

Poesía de Alí Chumacero


Alí Chumacero en el jardín de las cenizas
 
Si la poesía juvenil de Chumacero no es difícil sino exigente, la obra de madurez –llamemos con un término convencional a la escrita entre 1948 y 1958–, cuando “Salón de baile” y “alabanza secreta” aparecen en la segunda edición (1966) de palabras en reposo, pide una colaboración tan absoluta que sólo puede llamarse complicidad.

Palabras en reposo es uno de los libros más originales de la poesía castellana en general y mexicana en particular. Fuera de nuestro ámbito está aún por descubrirse como otros dos grandes libros de aquel mismo momento: La insurrección solitaria (1953) de Carlos Martínez Tivas, y contemplaciones europeas (1957) de Ernesto Mejía Sánchez.

Con la distancia de los años Palabras en reposo surge como una obra maestra impredecible e irrepetible. Por sí sola explica y justifica el silencio posterior de Chumacero. En estos poemas llega a no parecerse a sino a él mismo pero alcanza también un punto sin retorno.

Después de este título que anuncia su propia culminación y desenlace, Chumacero calla porque el camino de extremo rigor y máxima dificultad que se ha impuesto no puede llevarlo sino al mutismo. Le ocurre algo parecido a lo que le sucedió  a Salvador Díaz Mirón después de Lascas (1901).

Por otra parte, este libro es de un poeta por completo lírico –es decir, subjetivo, intimista y monologante– es el más cerrado y al mismo tiempo el más abierto, aquel que deja entrar al “nosotros” y está lleno de personajes, invadido por las penas y los goces del prójimo. En su aparente “pureza”, en el sentido del abate Bremond, es también el más “impuro” y el más “contaminado” de realidad. Poemas que sólo quieren ser poesía pero a su manera sutil son también “realistas” y en cierto modo “narrativos”.

Una breve historia puede leerse escrita en el revés de cada poema. Pero de poco sirve decir que el gran “Responso del peregrino” es un canto epitalámico invadido por eco de oraciones fúnebres en que se predice para los que se unen no el porvenir de los cuentos de hadas, sino la dificultad de la convivencia humana y el final “despeño de la esperanza”.

O que el extraordinario “Monólogo del viudo” es el lamento de un hombre que ha perdido a su mujer, muerta cuando le practicaban un aborto. La poesía no cuenta (para eso está la narrativa), nos hace participar desde dentro de una experiencia ajena, apropiarnos de ella, materializarla por medio de una lectura que es el menos pasivo de los actos.

Estas palabras no descansan en la inercia ni la inmovilidad. Su reposo es el poder de transformación que Heráclito asignó al fuego. La poesía de Alí Chumacero será siempre nueva en cada lectura y para cada persona que tenga el privilegio de acercarse a ella.

José Emilio Pacheco

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